Empresario norteamericano (Dearborn, Michigan, 1863-1947). Tras
haber recibido sólo una educación elemental, se formó como técnico maquinista en
la industria de Detroit. Tan pronto como los alemanes Daimler y Benz empezaron a
lanzar al mercado los primeros automóviles (hacia 1885), Ford se interesó por el
invento y empezó a construir sus propios prototipos. Sin embargo, sus primeros
intentos fracasaron.
No alcanzó el éxito hasta su tercer proyecto empresarial, lanzado
en 1903: la Ford Motor Company. Consistía en fabricar automóviles sencillos y
baratos destinados al consumo masivo de la familia media americana; hasta
entonces el automóvil había sido un objeto de fabricación artesanal y de coste
prohibitivo, destinado a un público muy limitado. Con su modelo T, Ford puso el
automóvil al alcance de las clases medias, introduciéndolo en la era del consumo
en masa; con ello contribuyó a alterar drásticamente los hábitos de vida y de
trabajo y la fisonomía de las ciudades, haciendo aparecer la «civilización del
automóvil» del siglo XX.
La clave del éxito de Ford residía en su procedimiento para
reducir los costes de fabricación: la producción en serie, conocida también como
fordismo. Dicho método, inspirado en el modo de trabajo de los mataderos
de Detroit, consistía en instalar una cadena de montaje a base de correas de
transmisión y guías de deslizamiento que iban desplazando automáticamente el
chasis del automóvil hasta los puestos en donde sucesivos grupos de operarios
realizaban en él las tareas encomendadas, hasta que el coche estuviera
completamente terminado. El sistema de piezas intercambiables, ensayado desde
mucho antes en fábricas americanas de armas y relojes, abarataba la producción y
las reparaciones por la vía de la estandarización del producto.
Al mismo tiempo, la dirección de la empresa adquiría un control estricto sobre
el ritmo de trabajo de los obreros, regulado por la velocidad que se imprimía a
la cadena de montaje. La reducción de los costes permitió, en cambio, a Ford
elevar los salarios que ofrecía a sus trabajadores muy por encima de lo que era
normal en la industria norteamericana de la época: con su famoso salario de
cinco dólares diarios se aseguró una plantilla satisfecha y nada conflictiva, a
la que podía imponer normas de conducta estrictas dentro y fuera de la fábrica,
vigilando su vida privada a través de un «departamento de sociología». Los
trabajadores de la Ford entraron, gracias a los altos salarios que recibían, en
el umbral de las clases medias, convirtiéndose en consumidores potenciales de
productos como los automóviles que Ford vendía; toda una transformación social
se iba a operar en Estados Unidos con la adopción de estos métodos
empresariales.
El éxito de ventas del Ford T, del cual llegaron a venderse unos
15 millones de unidades, convirtió a su fabricante en uno de los hombres más
ricos del mundo, e hizo de la Ford una de las mayores compañías industriales,
hasta nuestros días. Fiel a sus ideas sobre la competencia y el libre mercado,
no intentó monopolizar sus hallazgos en materia de organización empresarial,
sino que intentó darles la máxima difusión; en consecuencia, no tardaron en
surgirle competidores dentro de la industria automovilística, y pronto la
fabricación en cadena se extendió a otros sectores y países, abriendo una nueva
era en la historia industrial.
Henry Ford, por el contrario, reorientó sus esfuerzos hacia otras
causas en las que tuvo menos éxito: fracasó primero en sus esfuerzos pacifistas
contra la Primera Guerra Mundial (1914-18); y se desacreditó luego organizando
campañas menos loables, como la propaganda antisemita que difundió en los años
veinte o la lucha contra los sindicatos en los años treinta.
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